
El miedo es la peor de las armas de destrucción masiva. Después del ensayo general que padecimos durante los primeros meses de la pandemia con el covid como divisa, y a la vista del comportamiento colectivo cercano a la sumisión que fue la tónica ciudadana, llega el primer aviso de un conflicto nuclear previsto y la Unión Europea nos recomienda proveernos de un kit de supervivencia para las primeras setenta y dos horas de la tragedia global. Kit que es algo así como un neceser de andar por casa que incluye una linterna, un transistor de onda larga, y una navaja multiusos.
Aguardando nuestra reacción me entero de que en algunos establecimientos se han agotado en una semana las navajas y las radios de bolsillo. Y ante este estado de prepánico se elaboran ubicaciones para construir búnkeres que nos protejan del hongo atómico que ya se vislumbra en una lontananza improbable.
Porque improbable es la supervivencia de una guerra nuclear que enfrente a quien enfrente no durará más de 48 horas antes de que el fin del mundo sea el Armagedón anunciado en la Biblia.
Stephen Hawking pronosticó tras complejos cálculos matemáticos que el fin del mundo tendría lugar dentro de 600 años y, según un sesudo estudio de la revista científica Science, la fecha está estimada el 13 de noviembre de 2026, sin guerra nuclear por medio. Hay mucha literatura sobre el fin de los días, los clásicos de la narrativa apocalíptica, son un género en sí mismo desde La Tierra permanece de Stewart a la Carretera de C. McCarthy, pasando por El día de los trífidos o el más reciente Soy Leyenda, pero estoy convencido de que el juicio final no esta previsto mas allá de los libros.
Finlandia y especialmente Suiza tienen agujereados sus territorios con búnkeres defensivos. En España el censo de refugios atómicos solventes se eleva a tres con capacidad para mil personas. Pese a mi escepticismo, en mi personal kit llevaré únicamente tres libros para que me acompañen en la desintegración anunciada: Cien años de soledad, As crónicas do sochantre, y La imitación de Cristo o el libro del bien morir de Tomas Kempis. Son de García Márquez y de Álvaro Cunqueiro. Tienen que durarme toda la eternidad.